Había conservado todos aquellos objetos celosamente durante años. Estaban ordenados, clasificados escrupulosamente en cajas de diferentes tamaños y colores, situadas en estanterías con baldas etiquetadas por años. Comenzaba en 1940 y acababa en 2010. Acomodar aquella habitación a su propósito le llevó su tiempo: temperatura, insectos, humedades, luz... debían ser controlados.
La idea le sobrevino un mes frío y aburrido de febrero, sentada en el sofá de su casa y empezó como un juego. Alguien le dijo en el entierro: “Las personas no mueren hasta que no se las olvida”.
Consideró, de paso, que serviría para hacer un homenaje a ese padre que la había querido tanto y por último, aunque aún no lo sabía, esa herencia de objetos vividos, le ayudaría a conocerse mejor y a entender muchas cosas que ni siquiera se había planteado entender.
Después de acondicionarla, tuvo que pensar la distribución ideal de la habitación, lo que le llevó a hacer un primer inventario de aquellos objetos que encontró por la casa paterna, agrupándolos en lo que denominó ‘especies’: documentos, fotografías, revistas, ropa… cada una con su dibujo representativo en una tarjeta. Se le daba bien dibujar.
Hizo foto de los montajes antes de deconstruirlos y guardar las piezas que los componían de forma tal, que con unas instrucciones semejantes a las de Ikea, se pudiera volver a encajar cada pieza con la precisión de un relojero suizo.
Al llegar a este punto, fue consciente de que su trabajo se basaba en una esperanza de futuro que implicaba a otras personas y que deberían ser capaces de valorar esos ‘tesoros’. Si alguna duda cruzó por su mente, la descartó al instante.
El montaje-desmontaje que más le costó fue aquel cuartito de los trenes lleno de edificios, personajes, vías, catenarias, casas y bosques en escala H0. El enorme tablero fue cortado y encajado como un rompecabezas en una caja de madera de metro por cincuenta. El resto de complementos guardados en compartimentos hechos a medida para cada uno de ellos, naturalmente, agrupados por especies. Así, todos los coches tenían su espacio en la caja, el nombre y la colocación por orden alfabético según el modelo. Las casas, las señales de tránsito, los arboles del bosque, los personajes que habitaban en la maqueta... La tapa de estas cajas era de cristal y cada una de ellas resultaba un espectáculo interesante.
Archivaba las fotografías con una descripción de los protagonistas hasta donde la memoria le alcanzaba y añadía una descripción que más parecía una biografía genealógica, de cada uno de los muertos que sonreían desde el papel.
Colgaba una tarjeta de cada traje explicando donde fue comprado y en qué celebración se había estrenado. Añadía un número de referencia para verlo puesto en tal o cual foto.
Una vez, en la blanca y lisa pared del comedor, colgó una percha con el traje que consideraba más elegante, a su lado añadió los complementos enganchados con blu-tack : gemelos, corbata, zapatos, pañuelo… y a su alrededor colgó fotos que relacionaban el traje con acontecimientos. Hizo unas cuantas fotos y las colgó en su instagram. Tuvo muchos likes.
Otro día mostró la caja con el tablero de los trenes y, desplegadas, las instrucciones de montaje. A un lado colocó seriadas las máquinas más bonitas y alguna farola. Lo fotografió, lo colgó en instagram. Tuvo más likes que antes. Se había dado cuenta que comenzaba a seguirla bastante gente que no conocía.
***
Así fue haciendo.
Mostraba las cosas ordenadas en conjuntos harmoniosos y bellos, los fotografiaba y los publicaba.
Un día recibió un mensaje. Una agencia de publicidad se interesaba por su ‘trabajo’, querían comprarle alguna de sus fotos. Se las vendió. Ganó un dinero que invirtió en su proyecto de ‘homenaje al padre’. Ya tenía nombre.
Luego fue una galería de arte la que se interesó por las fotografías que ya eran abundantes y necesitaban de más elementos que clasificación. Realizó la exposición, vendió casi toda la obra expuesta, se puso de moda, siguió invirtiendo y experimentando con los objetos hasta que un día la Parca decidió que se había acabado.
Sus hijos vendieron el proyecto ‘homenaje al padre’ y todos los objetos que lo conformaban, al mejor postor buscado en ARCO.
La casa del abuelo y la casa de la madre, vendidas también a una constructora que la derribó y construyó pisos grises que recordaban feas cajas compartimentadas.
Se dedicaron a vivir la vida.
María Gallego ni siquiera tiene lápida.
¡Puñetera moda de incinerar a los difuntos!
FIN
Esther Ropero
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